El 15 de noviembre de 1884, el cuerpo de Emma Keyse fue encontrado muerto. El cuerpo estaba parcialmente quemado, tenía una herida en la garganta, y tres heridas en la cabeza. Las
investigaciones policiales se hicieron y el primer sospechoso fue John Lee, esto debido a sus antecedentes delictivos y porque en el momento del asesinato era el único hombre que se encontraba en
la casa y además, por tener una herida en el brazo. Estos elementos fueron suficientes para hallarlo culpable por asesinato.
El 23 de febrero de 1885, John Lee fue sentenciado a la horca en la prisión de Exeter. Pese a que el verdugo del penal revisó la trampa del cadalso antes de la ejecución, en el momento de
que John Lee iba a ser ejecutado, el mecanismo falló. Lo intentaron de nuevo, colocaron a John Lee en la trampa, y nuevamente el mecanismo volvió a fallar. Revisaron nuevamente aquello, todo
funcionaba bien, y tras un tercer intento, el mecanismo volvió a fallar.
Muchos en la prisión no entendieron lo que ocurrió en aquella oportunidad, sin embargo, para otros, todo tenía que ver con las palabras que John H.G. Lee le dijo al juez al momento de
escuchar su condena. En ese momento, John Lee dijo: "La razón por la que estoy tan tranquilo es que yo confío en el Señor y él sabe que soy inocente".
Quién sabe si fue Dios o pura suerte, lo cierto es que luego de los tres intentos fallidos por matarlo, la ejecución fue aplazada, y posteriormente se le conmutó la pena de muerte por la
cadena perpetua, y luego de 22 años de varias apelaciones, John Lee fue liberado.
Sobre lo que hizo después se sabe muy poco, algunos creen que pudo viajar a Estados Unidos, en donde se cree que murió el 19 de marzo de 1945 en Milwaukee. En todo caso, pasó a la historia
como "el hombre que no pudo ser ahorcado".