LA OPERACIÓN OJO ROJO

4 de noviembre de 1970. Base aérea de Zaragoza. Son las 11.00 horas de la mañana: la hora señalada para la operación Ojo Rojo, una serie de maniobras militares que realizaban conjuntamente las Fuerzas Aéreas españolas y el Ejército de Estados Unidos. El ejercicio consistía en situar sobre unas coordenadas del espacio aéreo la ubicación de un enemigo ficticio hacia el cual debían dirigirse los cazas. El objetivo de la simulación era conocer la capacidad de respuesta ante un hipotético enfrentamiento bélico en el aire. La operación se dirigía desde el radar de Calatayud (Zaragoza), también conocido con el sobrenombre de Siesta. El misterio llegó cuando uno de los cazas se aproximó al enemigo invisible…

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Base aérea de Zaragoza, años 60.

De la base aérea de Zaragoza despegaron dos cazas F-86. Los pilotaban los capitanes Juan Alfonso Sáez-Benito y Luis Carvayo. Pocos minutos después, desde Calatayud indicaron a los pilotos que debían dirigirse hacia el mar Cantábrico. El lugar señalado desde Siesta estaba ubicado a unos ochenta kilómetros al norte de Gijón. Hacia allí se encaminaron. Sin embargo, en ese instante los planes cambiaron. Y es que en las pantallas del Escuadrón de vigilancia Aérea (EVA) apareció un auténtico eco no identificado. No se trataba de nada ficticio. En aquel momento, los controladores decidieron enviar a los F-86 hacia ese punto. Entonces los pilotos aún creían que todo formaba parte del ejercicio de simulación, pero ya no era así: la amenaza se había convertido en real…

 

Unos minutos después, los pilotos alcanzaron el punto señalado. El eco no identificado se encontraba a 8.000 metros de altitud y aproximadamente a unos 1.000 metros por encima de donde estaban los cazas. Los pilotos no observaron nada en un primer momento, pero los operadores insistieron, al tiempo que repetían una y otra vez que aquello ya no era un ejercicio ficticio. Tanto a Sáez-Benito como a Carvayo les costó creerlo. Además, no veían por ninguna parte al intruso.

Tras varias vueltas y revueltas, el combustible de los cazas comenzó a escasear y se inició el proceso de retorno a Zaragoza. Lo que sucedió a continuación explica por qué el expediente del caso sigue siendo secreto casi cuarenta años después…

Los F-86 iniciaron la maniobra de retorno, pero en Siesta la inquietud fue en aumento, puesto que el no identificado no sólo seguía allí, sino que de acuerdo con lo que señalaban las pantallas, el eco se situó a unos tres mil metros por detrás de los cazas. Parecía seguir a los aviones de combate españoles. Sin embargo, surgido a la vista de los militares, pero sería por poco tiempo, puesto que aparecería justo cuando apenas les faltaban cien kilómetros para enfilar la pista de aterrizaje de la base aérea.
Cazas F-86

El primero en ver algo extraño fue Juan Alfonso Sáez-Benito, quien, paradójicamente, años después llegó a ser jefe de la base de Zaragoza. Se trataba, en principio, de un reflejo a la izquierda del avión.

Ambos pilotos decidieron averiguar qué era aquello.

Variaron su ruta y se dirigieron hacia aquel destello que también aparecía en el radar. Quedaron atónitos. Cuando se acercaron al objeto pudieron ver perfectamente la forma. Era un artefacto ovoidal, de aspecto metálico. Sobre la parte superior se divisaba una especie de plataforma o tejadillo rectangular. Jamás habían visto algo semejante. Sin lugar a dudas era un objeto sólido, manufacturado. Una auténtica nave. Sin embargo, por su forma no respondía a principio aeronáutico alguno.

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Los pilotos intentaron situarse frente al artefacto, pero les fue imposible. Cada vez que lo intentaban, aquel objeto no identificado evitaba el morro de los cazas: ascendía, disminuía la velocidad y se colocaba detrás de los F-86. En términos aeronáuticos, la maniobra que realizaba es conocida como “una percha”, una táctica de combate que sólo los ases de la aviación saben realizar con precisión. El problema – y menudo problema — es que algún tipo de inteligencia debía manejar aquel objeto, que, por si fuera poco, no tenía la forma adecuada para realizar tales operaciones.

Absurdo…

Pero real.

La escena se repitió en varias ocasiones. Según declararon los pilotos, el no identificado efectuaba aquellas maniobras con total limpieza y a una velocidad inconcebible.

Ya muy cerca de la pista de aterrizaje, el OVNI se situó de nuevo detrás de los aviones. Esta última parte de la observación duró apenas unos instantes: todo acabó cuando el objeto se catapultó hacia la vertical a una velocidad inconcebible.

Tras aquello, desapareció también de las pantallas de radar. Cuando tomaron tierra, a los pilotos, que permanecieron lívidos durante horas, se les exigió silencio, aunque de sus recuerdos jamás desapareció la escena que habían vivido. Estaban convencidos de que aquel artefacto no era de aquí. El expediente oficial del caso no ha visto la luz y permanece archivado.

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POR: DOUGLAS JOSUE

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