EL DIA DE LOS MUERTOS

El día de los muertos tiene sus raíces en el México prehispánico. Sus antecedentes históricos son las ceremonias nahua en honor de Mictlantecuhtli y Mictlancíhuatl, los dioses del Mictlán o Reino de los Muertos. Algunos historiadores creen que fue Tlacaelel quien inició la costumbre (coincidiendo con la época de las cosechas) de hacer ofrendas a los dioses de la muerte. Ésta consistía en llevar flores de cempasúchil (flor de muerto) y tamales (empanada hecha con masa de harina de maíz). Esto acontecía en los meses de Septiembre y Octubre (ochpaniztli y teotleco), al final del ciclo agrícola, cuando se cosechaban en abundancia diversos productos, especialmente el maíz y la calabaza. Calaveras de azúcar Fray Diego Durán dice “que en el ritual indígena nahua existían dos fiestas dedicadas al culto a los muertos: Micca-ilhuitontli o Fiesta de los Muertecitos, que se conmemoraba el noveno mes del calendario nahua y equivalía al mes de agosto del año cristiano; y la Fiesta Grande de los muertos, celebrada el décimo mes del año. Estas fiestas, además de dedicarse a los muertos, eran propiciatorias a la agricultura, ya que ese mes (agosto para los cristianos) los indígenas temían a la muerte de las sementeras a causa del hielo. Por ello se apercibían con ofrendas, oblaciones y sacrificios”. Con la llegada de los conquistadores españoles, los misioneros no rompieron con estas tradiciones indígenas, sino todo lo contrario: aceptaron plenamente estos ritos y enseñaron a los pueblos conquistados una nueva fiesta: El Día de los Fieles Difuntos. La fiesta del Día de los Muertos en México es una conmemoración alegre y festiva que no tiene nada que ver con la idea tétrica de la muerte, sino con la celebración de la feliz existencia de las almas. Octavio Paz explica de una manera muy clara el modo que tienen los mexicanos de entenderla: “La palabra muerte no es fácil de pronunciar en las grandes ciudades del mundo; parece que quemara los labios. El mexicano, por el contrario, es familiar con la muerte: hace chistes sobre ella, no le quita el sueño, la celebra, es su juguete favorito y uno de sus amores imperecederos. A lo mejor hay en esta actitud tanto temor como pueda haber en otras, pero al menos demuestra que no se esconde ante la muerte, que la mira cara a cara con impaciencia, con desdén o con ironía. La indiferencia mexicana hacia la muerte es consecuencia de su indiferencia hacia la vida. Las canciones, los proverbios, las fiestas y las creencias populares muestran muy claramente que a los mexicanos la muerte no puede asustarles porque la vida ya les tiene curados de espanto. Es, por lo tanto, no sólo natural, sino deseable incluso, morir; y cuanto antes mejor”. Las festividades del Día de los Muertos comienzan unas semanas antes, cuando los mexicanos de todos los estratos sociales se echan a la calle para comprar flores, especialmente de cempasúchil, flor de intenso color amarillo y especial aroma, velas y comida para que los muertos se sientan felices el único día que Dios les concede la gracia de visitar a sus familiares. Las pastelerías fabrican dulces especiales del día: ataúdes de chocolate, esqueletos de azúcar y “pan de muerto”, que forman parte de la tradición y se suelen regalar entre los amigos durante estos días. En el calendario católico el 1 de Noviembre está dedicado a la fiesta de Todos los Santos y el 2 a los Fieles Difuntos. Sin embargo, en la tradición popular mexicana el día 1 se celebra la fiesta de los muertos “chiquitos” o niños fallecidos, y el día 2 la de los adultos o muertos “grandes”. El 31 de Octubre al mediodía, las campanadas de la iglesia anuncian la llegada a todo el pueblo de los niños difuntos (los angelitos) y los adultos sin bautizar. Los niños son recibidos en sus casas por sus familiares, quienes previamente han preparado una mesa con flores blancas, una vela por cada niño muerto que tenga la familia, un vaso con agua y un plato con sal. También se les pone juguetes para que los niños estén contentos. A las siete de la tarde se sirve la merienda de los niños, que consiste en “pan de muerto”, chocolate, tamales de dulce y fruta. El 1 de Noviembre, a las ocho de la mañana, se sirve el desayuno y cuatro horas más tarde repican solemnemente las campanas de la iglesia para indicar que ya se van los niños al mundo de los muertos. A continuación, se tocan doce campanadas y empieza a sonar tristemente “el doble”, en señal que ya llegaron los difuntos “grandes”. Ahora los altares de las casas se adornan con flores amarillas (cempasúchil), candelabros negros con velas grandes, según los difuntos que tenga la familia, un vaso con agua y un plato con sal. A las ocho de la noche se toca de nuevo por las ánimas y las familias se reúnen junto a la ofrenda para rezar el rosario por sus difuntos. Después los familiares ponen las ofrendas en la mesa para que los difuntos puedan comer. Generalmente se ofrenda la comida que le gustaba al muerto. Algunas familias preparan una cama limpia para que los difuntos puedan descansar. Otros, en cambio, ponen las cosas que utilizaba el muerto en vida como ropa, herramientas de trabajo, cigarrillos (si fumaba) y una botella de tequila o mezcal. El 2 de Noviembre, a las doce del mediodía, tañen de nuevo las campanas de la iglesia en señal de que ya se van los difuntos. A continuación se sirve la comida en las casas. A las seis de la tarde todas las familias visitan el cementerio llevando gran cantidad de flores y velas para alumbrar el camino de regreso de las almas al cielo. A este acto se llama “la iluminada” y representa el triunfo del paso de esta vida a la otra.