La semejanza de esos trajes con el uniforme de un astronauta parece obvia. Sucede que las fotos fueron tomadas en 1952, nueve años antes de que Yuri A. Gagarin mostrara al mundo con qué equipamiento, por primera vez, un hombre dio una vuelta orbital en nuestro planeta.
Existe una leyenda caiapó relacionada a ese traje ritual, la cual fue narrada por Peret a Erich von Däniken. El indianista afirmó haber oído la leyenda de la boca de Kubenkrakein, un viejo
consejero de la aldea de Gorotire en el río Fresco. Así habló, en resumen Kubenkrakein, también conocido como “Gaway-Baba”, “el sabio”.
“Nuestro pueblo habitaba una región, lejos de aquí, de donde se avistaba la sierra de Pukato-ti, cuya cumbre estaba y continúa cubierta por la niebla de la incerteza, hasta hoy no levantada. El Sol, cansado de su extenso paseo diario, se echó en el pasto verde, detrás de unas arboledas, y Mem-Baba, el inventor de todas las cosas, cubrió el cielo con su manto, repleto de estrellas colgadas. Cuando una estrella cae, Memi-Keniti atraviesa el cielo para recolocarla en su lugar. Es esta la tarea de Memi-Keniti, el eterno guarda.
”Cierto día, Bebgororoti, viniendo de la sierra de Pukato-ti, entró por primera vez a la aldea. El vistió ‘bo’ (representado por el traje de paja en el ritual), que cubrió todo su cuerpo de la
cabeza a los pies. En la mano llevaba ‘kob’, un arma de trueno. Todos los habitantes de la aldea quedaron apabullados y se refugiaron en las arboledas. Los hombres procuraron proteger a las
mujeres y los niños, y algunos intentaron luchar contra el intruso, mas sus armas se revelaron frágiles por demás.”
El hombre contemporáneo, por lo visto, todavía no produjo un arma semejante a la usada por Bebgororoti:
“Toda vez que las armas de los indígenas tocaban en los trajes de Bebgororoti, quedaban desintegradas y hechas polvo. El guerrero, venido del cosmos, dio una risotada ante la fragilidad
de las armas de los terrestres. A fin de dar una demostración de su fuerza, levantó el ‘kob’ (el arma de trueno), apuntó para un árbol o una piedra y, en seguida, destruyó ambas. Todos
acreditaron que, con eso, Bebgororoti quería promover sus intenciones pacíficas, pues no vino para hacer la guerra con los indios. Y así continuó por largo tiempo.”
En seguida, según la narrativa de Kubenkrakein, se estableció la confusión en la tribu:
“Los guerreros más valientes de la tribu procuraron ofrecer resistencia, mas nada podían hacer sino acostumbrarse a la presencia de Bebgororoti, el cual nada intentó contra quien quiera que
fuese. Su belleza, la blancura resplandeciente de su piel, su gentileza y su amor para con todos vencieron los corazones más recalcitrantes y cautivó a toda la tribu. Todos experimentaron una
sensación de seguridad, y así quedaron siendo amigos.
”Bebgororoti, gustoso de luchar con las armas de nuestro pueblo y de aprender lo que era preciso para tornarse eximio cazador, llegó a superar, en el manejo de las armas, a los mejores entre los líderes tribales, el ser el más valiente de la aldea. Poco después, Bebgororoti fue aceptado como guerrero en la tribu. En seguida, fue escogido por una joven para marido. Se casaron y tuvieron hijos hombre y una hija moza, que llamaron Nyobogti.”
Como Oannes, en el Oriente Medio, y Quetzalcóatl, en Mesoamérica, Bebgororoti también dedicó su tiempo a enseñar a los nativos lo que ellos no conocían:
“Instruyó a los hombres en la construcción de la ‘ngob’, casa de los hombres, hoy existente en todas las aldeas indígenas. En aquella casa, los hombres hablaban a los más mozos de sus aventuras,
y así los jóvenes aprendían como actuar en la hora del peligro y como pensar. En realidad, aquella casa era una escuela y Bebgororoti era el maestro.
”En el ámbito de la ‘ngob’ evolucionaban los oficios y las artes manuales, perfeccionando nuestras armas, y todo lo que allá se hacía era debido al gran guerrero proveniente del cosmos. Fue él
que instituyó el ‘gran consejo’ en el cual discutimos los problemas de la tribu, y, al poco tiempo, se constituyó una organización más perfeccionada, la cual facilitó las tareas y la vida
cotidiana de todos.”
¿Qué sería esa “arma de trueno”, el “kob”? El misterio aumenta cuando se queda sabiendo que, “cuando la caza era difícil, Bebgororoti tomaba el ‘kob’ y mataba a los animales sin herirlos. El cazador tenía siempre derecho de reservarse para sí la mejor parte de la caza, mas Bebgororoti, que no comía los alimentos usuales de la aldea, llevaba apenas lo estrictamente necesario para él y su familia. Sus amigos discordaban de esa actitud, mas él quedó irreducible en su modo de actuar”.
La narración del indio Kubenkraiken ya parece suficientemente fantástica hasta aquí, principalmente si tenemos en cuenta que esos hechos pueden haber ocurrido en pleno Amazonas. Y el misterio
aumenta cuando “el visitante del cosmos” es tomado por una creciente nostalgia por la sierra de Pukato-ti, de donde él había venido años antes.
“Cierto día, Bebgororoti no consiguió dominar su voluntad de partir y abandonó la aldea. El reunió su familia, faltando sólo Nyobogti (su hija), que estaba enferma, y partió de prisa. Los días
pasaron y Bebgororoti no fue encontrado en parte alguna. En tanto, él reapareció en la plaza de la aldea, lanzando terribles gritos de guerra. Todos pensaron que él habría enloquecido y
procuraron calmarlo. Sin embargo, en el instante en que los hombres intentaron aproximarse a él, irrumpió una batalla feroz. Bebgororoti no hizo uso de su arma, pero su cuerpo vibraba
completamente, y quien lo tocaba caía muerto. Así, los guerreros murieron uno después de otro.
”La lucha prosiguió por varios días, pues los guerreros muertos resucitaban y, nuevamente, intentaban vencer a Bebgororoti. Lo persiguieron hasta las cumbres de la sierra, cuando entonces sucedió algo terrible, pavoroso, que dejó a todos sin habla.
”Bebgororoti se dirigió hasta el borde de la sierra de Pukato-ti. Con su ‘kob’, destruyó todo a su alrededor, y, cuando alcanzó el tope de la sierra, los árboles y arbustos quedaron pulverizados.
En seguida, hubo un estruendo pavoroso, que hizo estremecer a toda la región, y Bebgororoti desapareció en los aires, envuelto en nubes y llamas, fumaradas y truenos. Con esos acontecimientos,
que hizo estremecer la tierra, las raíces de los árboles fueron arrancadas del suelo, los frutos silvestres perecieron, la caza sucumbió y la tribu comenzó a sufrir de hambre.”
Felizmente, la leyenda caiapó tiene un final feliz, Nyobogti, la hija de Bebgororoti se casó con un guerrero y dio a luz un niño. Cuando la situación en la tribu comenzó a ser insostenible, Nyobogti partió con su marido en dirección a la sierra de Pukato-ti, en busca de alimentos.
“Allá, ella buscó un determinado árbol en cuyo ramaje se sentó con su hijo pequeño en el cuello. Después pidió al marido que doblase los gajos del árbol, hasta que las puntas tocaran el suelo. En
el instante que eso sucedió, hubo una fuerte explosión y Nyobogti desapareció en medio de nubes, fumaradas, polvareda, rayos y truenos.
”El esposo esperó durante algunos días. Y ya estaba perdiendo casi toda la esperanza y muriendo de hambre cuando, de repente, oyó un estruendo y vio que el árbol desaparecido volvió a su antiguo
lugar. Tuvo entonces una sorpresa enorme, viendo la mujer delante, acompañada de Bebgororoti, trayendo una cesta grande llena de alimentos jamás vistos. Poco después, el hombre celeste se sentó
de nuevo en el árbol encantado y dio orden de doblar sus gajos hasta que las puntas tocaran el suelo. Nuevamente, hubo una explosión y el árbol subió en los aires.”
A nuestros cerebros civilizados parece claro, que tal árbol era un aparato de transporte físico o molecular, algo que hacía a las personas ser enviadas hacia lugares
desconocidos.
“Nyobogti volvió con el marido a la aldea y divulgó el mensaje de Bebgororoti, que era una orden: todos los habitantes debían mudarse, inmediatamente, para construir sus aldeas en el
lugar donde recibirían alimentos. Nyobogti dijo también que ellos deberían guardar las semillas de los frutos, de las verduras y de los arbustos hasta la próxima época de las lluvias, para
entonces dejarlas en la tierra a fin de obtener una nueva cosecha. Y nuestro pueblo se mudó para la sierra de Pukato-ti, donde vivió en paz. Las chozas de nuestras aldeas se tornaron más y más
numerosas, y podían ser vistas desde las montañas hasta el horizonte…”