Los Incas “Mas Alla de la Luz de los Dioses”

El dios creador, con rasgos de héroe cultural, es Viracocha, calificado comoAnciano hombre de los cielos o Señor maestro del universo. Por haber creado la tierra, los animales y los seres humanos, y ser el poseedor de todas las cosas, los incas lo adoraban. Creó a los hombres, los destruyó y volvió a crearlos a partir de la piedra. Después los dispersó en cuatro direcciones. Como héroe cultural, enseñó a los seres humanos varias técnicas y oficios. Emprendió muchos viajes hasta que llegó a Manta (Ecuador), desde donde surcó el océano Pacífico: según algunos, en una embarcación hecha con su capa; según otros, caminando sobre el agua.

Inti, el dios Sol, era la divinidad protectora de la casa real. Su calor beneficiaba a la tierra andina y hacía madurar las plantas. Se representaba con un rostro humano sobre un disco radiante. Cada soberano inca veía en Inti a su divino antepasado. La Gran Fiesta del Sol, el Inti Raymi, se celebraba en el solsticio de invierno. Para dar la bienvenida al Sol, le ofrecían una hoguera, en la que quemaban a la víctima del sacrificio, junto con coca y maíz. Culminada la celebración, exclamaban: “¡Oh, Creador, Sol y Trueno, sed jóvenes siempre! ¡Multiplicad los pueblos! ¡Dejad que vivan en paz!”.

La mujer de Inti se llamaba Mamaquilla, la Madre Luna, y era la encargada de regular los ciclos menstruales de la mujer. El dios dador de lluvia, Illapa, era una divinidad agrícola. En época de sequía se hacían peregrinaciones a los templos consagrados a Illapa, construidos en zonas altas. Si la sequía era muy persistente, llegaban a ofrecerle sacrificios humanos. Los incas creían que la sombra de Illapa se encontraba en la Vía Láctea, desde donde arrojaba el agua que caería en la tierra en forma de lluvia.

Otros dioses importantes son Pachamama, la Madre Tierra, el mundo de las cosas visibles, Señora de las montañas, las rocas y las llanuras, y Pachacamac, dios del fuego y del cielo, el espíritu que alienta el crecimiento de todas las cosas, espíritu padre de los cereales, animales, pájaros y seres humanos.

Según el testimonio del cronista peruano Felipe Huamán Poma de Ayala en Nueva crónica y buen gobierno (1615), entre los incas existía la creencia en la sucesión de cinco edades. La primera, llamada Huari Viracocha Runa (o Pakarimok Runa, ‘los habitantes de la aurora de la humanidad’), duró ochocientos años. Por ser la primera generación, los pobladores no morían ni se mataban entre sí. Parían de dos en dos, hombre y mujer. Eran nómadas, vivían en cuevas y se cubrían con hojas de árboles y esteras de paja. Al llegar, destruyeron a los animales (jaguares y osos) y a los monstruos que habitaban la tierra. Adoraban como dios a Runa Camac Viracocha. Llamaban al diluvio Uno Yaco Pachacuti.

La segunda edad, llamada Huari Runa (‘gente autóctona’), duró mil trescientos años. Se caracteriza porque en ella se inició el trabajo de la tierra y de los cultivos agrícolas, además del aprovechamiento del agua de ríos, lagunas y pozos. Vivían en casas semejantes a hornos, llamadas pukullos, y se cubrían con pieles de animales. Adoraban a un solo dios en tres personas, soberanos del cielo y de la tierra, llamadas Yayan Illapa (‘rayo padre’), Chaupichurin Illapa (‘rayo hijo intermedio’) y Sullca Churin Illapa (‘rayo hijo menor’).

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La tercera edad, Purun Runa, duró mil ciento treinta y dos años y sus contemporáneos “se multiplicaron como la arena del mar, tanto que ya no cabían en la tierra”. Construyeron casas de piedra con tejados de paja y formaron poblados. Mejoraron las técnicas de aprovechamiento del suelo y los sistemas de riego. Criaron llamas y alpacas y desarrollaron los procedimientos de teñido y tejeduría. Organizados bajo el mando de reyes, señores y capitanes, su elevado número y sus posesiones despertaron la codicia y las guerras. Adoraban al señor del cielo, Pachacamac. Dicen que la tercera edad acabó con una epidemia que no dejó a nadie con vida y que eran tantos los muertos “que en seis meses los buitres y cóndores no pudieron terminar con los cadáveres”.

Los indios de la cuarta edad, Auka Runa, vivieron y se multiplicaron durante dos mil cien años. Hubo tres periodos, que se caracterizaron por las luchas de expansión y conquista: el primero, de guerras para aumentar o consolidar el dominio territorial; en el segundo, la nación Chincha sometió a las demás y las confederó, asegurando su paz y su prosperidad; en el tercero, los incas dominaron la confederación y extendieron el cultivo de distintas variedades de maíz y de patata. La expansión del imperio inca, Tahuantinsuyu, define y da nombre a la quinta edad, que incluye además el periodo de la conquista española.

Entre los incas, el tiempo se medía según las fases en el curso natural de la Luna. El año, de trescientos sesenta días, estaba dividido en doce lunas de treinta días cada una. Los cuatro hitos del recorrido del Sol, que coincidían con los festivales más importantes consagrados al dios Inti, se indicaban por medio del intihuatana, una gran roca, coronada por un cono que hacía sombra en unas muescas de la piedra. En Cuzco los solsticios se medían con pilares llamados pachacta unanchac o indicadores de tiempo. La organización mítico-religiosa determinaba la sucesión en el calendario a través de las doce lunas, correspondientes a festividades y actividades cotidianas:

Capac Raimi Quilla (Luna de la Gran Fiesta del Sol), equivalente a diciembre, mes de descanso;

Huchuy Pucuy Quilla (Pequeña Luna Creciente), enero, tiempo de ver el maíz en crecimiento;

Hatun Pucuy Quilla (Gran Luna Creciente), febrero, tiempo de vestir taparrabos;

Pacha Pucuy Quilla (Luna de la Flor Creciente), marzo, mes de maduración de la tierra;

Ayrihua Quilla (Luna de las Espigas Gemelas), abril, mes de cosecha y descanso;

Aymoray Quilla (Luna de la Cosecha), mayo, el maíz se seca para ser almacenado;

Haucai Cusqui Quilla (Luna de la Preparación), junio, cosecha de patata y descanso, roturación del suelo;

Chacra Conaqui Quilla (Luna del Riego), julio, mes de redistribución de tierras;

Chacra Yapuy Quilla (Luna de la Siembra), agosto, mes de sembrar las tierras en medio de cantos de triunfo;

Coia Raymi Quilla (Luna de la Fiesta de la Luna), septiembre, mes de plantar;

Uma Raymi Quilla (Luna de la Fiesta de la Provincia de Uma), octubre, tiempo de espantar a los pájaros de los campos cultivados;

Ayamarca Raymi Quilla (Luna de la Fiesta de la Provincia de Ayamarca), noviembre, tiempo de regar los campos.

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Muchos lugares naturales, como cursos de agua, montes, cuevas, precipicios, se consideraban asiento de los antepasados. De carácter sagrado, los incas creían que allí se encontraban los encargados de transmitir los oráculos y proteger a los miembros del ayllu. Los llamaban pacariscas o pacarinas, que significa ‘lugar de origen’. Las piedras, concebidas como los huesos de la tierra, también merecían veneración. Se les atribuía en algunos casos el carácter de testimonios de su historia mítica: en la Roca de Titicaca se habría ocultado el Sol después del gran diluvio; otras rocas eran representaciones antropomorfas de los gigantes que, como castigo a su desobediencia, fueron convertidos en piedras.

También se daba el caso inverso, el de piedras que se habían convertido en hombres, surgidos para prestar ayuda al Inca Pachacutic. Las huacas (‘lo sagrado’) en forma de muñecas estaban destinadas a proteger a los individuos, las cosechas y a los propios muertos, costumbre similar a una práctica de los egipcios (véase Mitología egipcia). Las mamas(‘madres’) eran espíritus destinados a alentar el crecimiento de las plantas: saramama (‘maíz madre’), cocamama (‘madre de la planta de coca’), y también encargados de regir a fuerzas naturales como el mar (mamacocha), temido por los pueblos del interior y considerado benévolo por los habitantes de la costa, pues los alimentaba con sus frutos.