Aunque les parezca mentira Conchinchina existió. No es un dicho español para citar lo que está lejos. Conchinchina es lo que hoy conocemos como Vietnam y hasta allí se desplazó un contingente español para defender a la misión dominica atacada brutalmente.
Los templos de Angkor, en Camboya, fueron los grandes desconocidos de Occidente hasta que Henri Mouhot, explorador francés del siglo XIX, los descubrió. Sin embargo, pocos sabían entonces que 300 años antes un par de aventurados misioneros españoles, Gabriel Quiroga de San Antonio y Diego Aduarte, ya habían contemplado en primicia la belleza y majestuosidad de estos tesoros arquitectónicos. Dos visionarios, sin duda, pues Angkor es, desde 1992, Patrimonio de la Humanidad.
La misión española
Ambos frailes mantenían rutinaria correspondencia con el rey Felipe III. En sus cartas ya relataban los entresijos de la «avanzadilla» española en la región de la Conchinchina. Aventureros de tierras hispanas en terrenos difíciles, que se lanzaron a la conquista de nuevas vivencias y riquezas para la Corona de España.
Es cierto que durante el reinado de Isabel II, España tenía una presencia escasa en Asia, con excepción de Filipinas, colonia muy activa en la que los comerciantes españoles tenían puesto «el punto de mira» y la actividad misionera estaba en pleno auge. Esta activa vida en pro de la «cristianización» de los lugareños y expansión de la cultura de la piel de toro, hizo que poco a poco estos se fueran desplazando hacia la Conchinchina, actual Vietnam.
El aislamiento de los misioneros y lo aventurado de su labor, canalizó en una serie de revueltas que poco a poco se convirtieron en el caldo de cultivo para el detonante de la misión española en la Conchinchina: el asesinato de monjes misioneros españoles y franceses. Iglesias quemadas, colegios destruidos y misiones saqueadas incendiaron el ardor patriótico natural de nuestros antepasados. Sentimiento desbordado con el asesinato del obispo español José María Díaz Sanjurjo. Le cortaron la cabeza.
Este derramamiento de sangre española puso en jaque al Ministro de Asuntos Exteriores español, que fugazmente se comunicó con su homólogo francés. Este le anunció que Napoleón III ya había dado órdenes a la escuadra francesa para dirigirse a la zona y solicitaba la participación de la flota española instalada en Filipinas, a lo que el gobierno accedió inmediatamente embriagados de pasión española y en defensa de la fe. Pero Francia, no tenía tan nobles intenciones, y viendo que no poseía territorio alguno en la zona, la situación se les antojó perfecta como legitimación para sus ansias expansionistas, que se vieron tremendamente favorecidas por esta posición golosa de España en Filipinas.
España envió desde Filipinas un contingente de 1.650 soldados que se hicieron a la mar a las órdenes del Coronel Bernardo Ruiz de Lanzarote, uniéndose a las tropas francesas, lideradas por el Contraalmirante Rigault de Genouilly. Más tarde, en 1860, la misión española fue reforzada por un cuerpo de expedición al mando del Coronel Carlos Palanca. El ejército español incorporaba a la causa el vapor de Guerra Jorge Juan, a la que se unió más tarde la Corbeta Narváez y la Goleta Constancia en 1860. Un regimiento de Infantería, dos compañías de Cazadores, tres secciones de artillería y la fuerza auxiliar reforzaron el contingente y completaban la decidida y noble causa española.
A pesar de que el Coronel Palanca se encontró un cuadro dramático de la campaña militar franco-española, finalmente la acción punitiva conjunta venció. Nuestras tropas eran fuertes y modernas, y aunque el enemigo era numeroso, no pudieron vencer a los ejércitos europeos. Pero a medida que pasaba el tiempo, los españoles se percataron de las verdaderas intenciones de los franceses y el Coronel lo comunicó al gobierno español. Finalmente fue el Jefe de la expedición conjunta, francés, quien ordenó la retirada de tropas sin el consentimiento del Gobierno español. Tras la ocupación de la zona meridional del país se firmó la paz el 14 de abril de 1862 sin presencia hispana alguna y el emperador Tu cedió la zona ocupada a Francia dejando vendido al ejército español, que se retiró.
Francia comenzó su penetración colonial en Indochina y España quedó a ojos internacionales como la comparsa francesa. Sin embargo, en palabras del General José Cervera Pery, Auditor del Cuerpo Jurídico de la Armada y colaborador del Insitituto de Historia y Cultura Militar: «España volvió con el orgullo de haber cumplido con su deber y satisfecha por la lección bien aprendida. España, tradicionalmente aliada con Francia, siempre sufría situaciones poco lógicas, pues mientras los españoles se movían con espíritu de cruzada, los franceses siempre se dejaban llevar por otros intereses más banales. Pero gracias a héroes desconocidos como el General Palanca la valentía y gallardía de los españoles siempre estará en boca de todos».
Y así los españoles defendieron con uñas y dientes las misiones aventuradas que allí se desplazaron. Motivados por el espíritu de cruzada, quizás no acumularon extensiones de terreno asiático, pero la libertad de culto y la labor de los misioneros españoles quedaron intactas. Los españoles fueron los últimos de Filipinas y…los primeros en La Conchinchina.